domingo, 20 de enero de 2019

Entrada cincuenta y uno. Ha ciertos sonidos concretos que son perfectos.

El Pony Bar, Oakland.

Hay ciertos sonidos concretos que son perfectos. Una pelota de tenis, una bola de golf golpeada en el punto justo. Una volea alta en un guante de cuero. La caída lenta y sorda de un K.O. Me derrito con una apertura perfecta en una mesa de billar, un tiro seco en la banda seguido por tres o cuatro deslices silenciosos y chasquidos consecutivos. Los roces de tiza acariciando el taco. El billar es erótico lo mires por donde lo mires. Normalmente la luz tenue palpitante de una rocola.

Criquet en Santiago. Parasoles rojos, cesped verde, los Andes blancos. Sillas de lona a rayas rojas y blancas en el club de campo Principe de Gales. De jovencita firmaba los recibos de la limonada, daba propinas a los camareros de esmoquin, aplaudía a John Wells. El golpe perfecto del bate de criquet. Vestía de blanco, procuraba no mancharme con la hierba, conqueteaba con los chicos que llevaban los los pantalones grises de franela de la escuela Grange, chaquetas azules de verano. Emparedados de pepino para el té, planes de Domingo en Viña del Mar.

En el Pony Bar recordé que me había sentido tan fuera de lugar en el césped verde como me sentía en el taburete de la barra al lado del motorista. Llevaba bisagras tatuadas en las muñecas, en la articulación del codo, detrás de las rodillas.

  • Te hace falta una bisagra en el cuello - le dije.
  • A tí te hace falta que te den por el culo.

Una noche en el Paraíso. Lucía Berlin. Editorial Alfaguara. Edición 2018.

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