domingo, 9 de mayo de 2021

Entrada cincuenta y cinco. Y tampoco denunció lo ocurrido a la policía.

Se llamaba Eugene McCoy y recordaba que una noche - de eso hacía como veinticinco años -, un grupo de hombres se presentó en su casa para llevarlo a hasta una caravana en una zona remota de County Louth. Dentro de la casa rodante, en una cama, había un hombre atado de pies y manos. Era Eamon Molloy. Aquellos hombres se disponían a ejecutarlo cuando Molloy les pidió confesarse primero con un sacerdote. Con las prisas, el padre McCoy había olvidado coger de casa su rosario, pero el hombre a quien se suponía el jefe del pelotón de ejecución sacó uno que llevaba encima y se lo tendió al cura: "Tome el mío", le dijo. El chico estaba muy asustado. Sabía que estaba a punto de morir. Le pidió al padre McCoy que le diera un último mensaje a su familia: que él no era un informador. Lo cual, como quedó bien demostrado posteriormente, era falso. Molloy había sido informador, pero su último deseo fué que su familia creyera lo contrario....

Durante los Troubles, muchos miembros del clero se vieron metidos en situaciones de tensión y no siempre hicieron lo correcto. Cuando el padre McCoy se marchó, no fue a transmitir el mensaje a la familia de Molloy. Y tampoco denunció lo ocurrido a la policía....

Patrick Radden Keefe. No digas nada. Editorial Reservoir Books. 2020.

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